El advenimiento del Renacimiento trajo una
nueva actitud hacia el cuerpo, las artes y la danza. Las cortes de Italia y
Francia se convirtieron en el centro de nuevos desarrollos en la danza gracias
a los mecenazgos a los maestros de la danza y a los músicos que crearon grandes
danzas a escala social que permitieron la proliferación de las celebraciones y
festividades. Al mismo tiempo la danza se convirtió en objeto de estudios
serios y un grupo de intelectuales autodenominados la Pléyade trabajaron para
recuperar el teatro de los antiguos griegos, combinando la música, el sonido y
la danza. En la corte de Catalina de Medici (1519-1589), la esposa italaiana de
Enrique II, nacieron las primeras formas de Ballet de la mano del genial
maestro Baltasar de Beauyeulx. En 1581, Baltasar dirigió el primer ballet de
corte, una danza idealizada que cuenta la historia de una leyenda mítica combinando
textos hablados, montaje y vestuario elaborados y una estilizada danza de
grupo. En 1661, Luis XIV de Francia autorizó el establecimiento de la primera
Real Academia de Danza. En los siglos siguientes el ballet se convirtió en una
disciplina artística reglada y fué adaptándose a los cambios políticos y
estéticos de cada época. Las danzas sociales de pareja como el Minuet y el Vals
comenzaron a emerger como espectáculos dinámicos de mayor libertad y expresión.
En el siglo XIX, la era del ballet romántico refleja el culto de la bailarina y
la lucha entre el mundo terrenal y el mundo espiritual que trascende la tierra,
ejemplarizado en obras tales como Giselle (1841), Swan Lake (1895), y
Cascanueces (1892). Al mismo tiempo, los poderes políticos de Europa
colonizaron Africa, Asia y Polinesia donde prohibieron y persiguieron las
danzas y los tambores por considerarlos bastos y sexuales. Esta incomprensión
de la danza en otras culturas parece cambiar al final de la Primera Guerra
Mundial y las danzas de origen africano y caribeño crean nuevas formas de danza
en Europa y en América.